Un rodeo preliminar
Se celebran los 50 años de la APBA y estamos entonces aquí, para dar testimonio. Hemos sido protagonistas y testigos de fragmentos de esa historia y, efectivamente, tal como se plantea en la convocatoria, el testimonio es el género de escritura que parece ser el más interesante para esta ocasión.
Creo que es así, porque en dichos relatos es posible, sin que se sepa, tratar de dar cuenta de lo que se aborda desde una posición que, asumida como propia, no satura la perspectiva sino que se ofrece a ser confrontada con la de otros. Uno puede encontrarse en un testimonio propio o ajeno, porque el mismo es siempre insuficiente. Y en ese sentido convoca a otras lecturas y a otros escritos. Los practicantes del psicoanálisis y los escritores lo sabemos bien a partir de una cierta posición que compartimos como consecuencia de la convicción de que los hechos no hablan por sí mismos. Para no naufragar en el mar del lenguaje -es decir en la vida misma- tanto la palabra como lo escrito, buscan sus lectores y una disposición a ser escuchados.
A la pregunta de porqué el hombre necesita historias para sentirse vivo, una escritora cuyo nombre no recuerdo, decía que es así porque nuestra historia personal es insuficiente. Tenemos que contrastarla con la de otros. Para avanzar hacia sí mismo el hombre tiene que saber qué pasa en la casa del otro: “si no sé de tu vida, la mía reduce su dimensión”. Algo empuja a dar pruebas de los lugares por los que se anduvo para poder legitimarlo en una aventura de contrastes con aquellos con los que nos ha sido dado vivir. No importa si de cerca o de lejos, en sintonía o bajo el rigor del desacuerdo. Algo de la cuestión de la finitud y del legado se insinúa.
Si atendemos a la definición de un buen diccionario -en éste caso el Robert– nos informamos que un testimonio se enlaza al acto de testimoniar, en el que una declaración de aquello visto, escuchado, percibido, sirve al establecimiento de la verdad. El testimonio queda de alguna manera soldado al hecho de dar, de ofrecer, “marcas exteriores” (improntas-huellas), donde los actos y palabras ofrecidos (es decir el testimonio) son -ellos mismos- las marcas, las pruebas, la demostración misma. No se apela a otro referente: el testimonio marca y, en tanto tal, ofrece prueba de haber sido marcado: testimonio de un amor, de un reconocimiento, de un trabajo. Se puede decir por ejemplo de la obra de un escritor que la misma lleva la impronta de su época, que es testimonio de su tiempo. Se interpreta con ello que dicha obra está marcada por su época en la medida que, a su vez, su obra produce la marca que conlleva.
Es interesante subrayar que puede haber testimonios contradictorios en el procedimiento del establecimiento de la verdad, y contradicciones en el interior del mismo. Sin embargo el atributo de “falso testimonio” remite -en el campo de lo jurídico- al acto de decir intencionalmente una cosa por otra. Un falso testimonio alude no a un “testimonio inexacto”, sino que remite a un “testigo de mala fe” y en tanto tal constituye delito.
En consecuencia -lo sabemos- en su declaración el testigo va siempre más allá de su intención. Al momento de dar testimonio de una praxis o de una historia vista o protagonizada, quien habla ya no es el mismo de entonces. La función que hace posible la producción de un testimonio implica la caída de los actores -aunque en el relato el yo y nombres propios aparezcan. Un corrimiento particular de la escena, cierta distancia de la mano de un tono personal en consonancia con su carácter público y una selección muy sesgada opera en su construcción lo que hace imposible que se cierre sobre sí mismo. Por ese corrimiento de los actores, un mismo testigo pueda abordar los hechos desde distintas perspectivas según la circunstancia y los tiempos en que ‘el mismo’ autor lo produce. Porque se inscribe en la temporalidad del aprés coup y en el vector que va del porvenir al pasado que vacila entre la amenaza de repetición de lo mismo y la aspiración a su transformación.
Mi testimonio hoy…
Parecía que siempre íbamos a ser una disciplina joven (nuestra alma alegremente vendida al diablo) con practicantes mayormente mujeres con fama de bellas, inteligentes, estudiosas, laburantes y principalmente con una disposición transgresora y “fashion” al mismo tiempo.
Éramos o más bien, eso se rumoreaba, las lindas de Filo, de los hospitales, de los grupos militantes. Y por allí, en paralelo, en ciernes, fogoneando, un gremio psicobolche-monto-veceiano-erpio, iba queriendo formatear su lugar en el mundo de las federaciones y asociaciones profesionales –en suma de la política- y luchando por un lugar de reconocimiento jurídico, social, gremial, científico para -nosotros- los psicólogos. Parecía entonces que las cosas serían siempre así con el júbilo y el entusiasmo de esos años de recién nacidos. El tiempo no contaba demasiado porque el futuro era YA nuestro, en un clima de época que nos era propicio para conmover paradigmas vetustos en torno a la noción de sujeto , de salud, de enfermedad. Podemos decir, con orgullo que abrimos caminos no transitados antes.
Y hoy, que celebramos los 50 años de la APBA. podemos afirmar que muchas de nuestras ilusiones de entonces -en el ámbito de alternativas a la asistencia manicomial y en las huellas que dejamos en la ciudad- llegaron a buen puerto. El protagonismo de la APBA, su empuje tanto como la pasión de cada psicólogo en ese recorrido, no son ajenos a los logros alcanzados.
Olympe de Gouges –heroína de los derechos de las mujeres en tiempos de la Revolución Francesa- formula una ácida afirmación que evoco al recordar esos tiempos:
“Las mujeres tienen el derecho de subir al patíbulo, y también tienen el derecho de subir al estrado”
Éramos mujeres –cierto que no todos- transitando por una disciplina novedosa, convencidos del ‘sentido de nuestros años sesentas’ e íbamos camino al estrado.
Para hablar del recorrido, tomo algunas pinceladas que no pueden sino articularse con mi historia personal en lo que concierne a mi formación y al lugar que va tomando mi profesión. Se trata de las elecciones que voy haciendo y de las oportunidades que se me van presentando.
Curso la carrera en Filosofía y Letras de la UBA en Viamonte y Florida. Estudio cada día y preparo mis exámenes en la hermosa Biblioteca de Viamonte (sede entonces como ahora del rectorado de la UBA). Pero un año antes de recibirme el golpe de estado de Ongania nos desplaza a Independencia. A nosotros, los estudiantes de psico, solitos. Recuerdo que fue muy triste esa separación de los estudiantes de otras disciplinas sociales. Pero había que seguir. Y eso significaba seguir también en orfandad de nuestros profesores y referentes: Liberman, Rafael Paz, Ulloa, Sluzki, Bleger, Butelman, Itzigsohn, Gervasio Paz, y muchos otros que fueron renunciados del ámbito de la UBA.
Finalmente, cuando me recibo en noviembre de 1967, sé que quiero dedicarme a la clínica y hacer mi formación en el ámbito público.
Me presento al Servicio de Psicopatología de Goldenberg y allí me integro al equipo del Servicio con toda la pasión pregolpe de Ongania. Puedo decir que fue el estrado ideal. Para la formación y para la posibilidad de afirmarme como psicóloga en el marco de un clima de apertura de distintas profesiones y oficios que se abocaban en ese momento y en ese lugar a la atención publica de la población. Es decir: una formación clínica, antimanicomial que tomaría en consideración -de la locura- su marco subjetivo y social. Y por añadidura también un empuje ideológico por la política especifica en el ámbito hospitalario e inter hospitalario. Por entonces no tenía un registro concreto de la APBA. Sabía que existía. Me asocié al recibirme. Pero no más. Mi preferencia me llevaba habitualmente a ámbitos interprofesionales e interhospitalarios para la acción político-gremial. Y, en el campo de los intereses académicos y de investigación a cuestiones de frontera. Frontera del psicoanálisis con lo social y del psicoanálisis con la medicina. (Siguiendo ese interés, muchos años después, obtengo mi doctorado de la UBA en la Facultad de Medicina).
Pero entonces, retomando, un cruce me lleva de golpe al ámbito de la APBA vía el Centro de Docencia e Investigación y me encuentro propuesta para presidir una lista “de izquierda” (que por entonces significaba no peronista pero tampoco gorila) con Isabel Lucioni como Vicepresidenta. No ganamos pero nos fue muy bien. Allí comienza mi lazo con la APBA que dura varios años en el ámbito de la Revista Argentina de Psicología. Con Hugo Vezzetti como director a quien sucedo en la función después de algunos años.
Dos desapariciones marcan mi continuidad en el ámbito asistencial público y en la APBA. Lo que muestra que dicho recorrido –el de cada uno y el de la APBA- tuvo momentos muy traumáticos y pérdidas tan enormes! (estrado y patíbulo).
Algunos años después del golpe de Ongania, se llama por primera vez en el Policlínico de Lanùs, a un concurso para ocupar tres cargos de planta para psicólogos. Un jurado presidido por Goldenberg designa a Marta Brea, a Elena de la Aldea y a mi para ocuparlos. Fue un acontecimiento importante para los profesionales psicólogos. Y, creo, que sin antecedentes en el ámbito hospitalario. El marco antipsiquiátrico del Proyecto Goldenberg-Barenblit necesariamente tenía que inclinarse hacia esa legitimación formal del rol del psicólogo en los Servicios de Salud Mental. Y tuvimos la suerte de estar allí en ese momento.
Después del golpe de Videla, en el patio del Hospital secuestran a Marta Brea (sus restos son exhumados e identificados en 2011). Asimismo el entonces jefe del Servicio, Valentín Barenblit es secuestrado por alrededor de un mes. Ambos hechos producen una dispersión. Decido quedarme mientras pudiera. Me parecía que no debía dejar ese querido barco.
Por otra parte, retomo en APBA en el ámbito de la Revista Argentina de Psicología, cuando desaparece Beatriz Perosio. Otro barco que no debía encallarse. Recuerdo que paralelamente había muchas comisiones y colegas trabajando incansablemente. Entre otros a Silvia Chiarvetti, Osvaldo Aveluto, Hugo Vezzetti; María Stratico, María Avakian, Celia Frielenter, Alcira Sofovich, Mary Swartz, Sally Schneider, Beatriz Perosio, Beatriz Janin, Dulce Suaya, Francisco Ferrara, Alfredo Smith, Hebe Molinuevo; Jorge Gelman, Jorge Sevilla, Osvaldo Devries, Jorge Gadea, Isabel Lucioni; Marta Caamaño y tantos otros que de nombrarlos, harían una lista interminable.
Llega un momento en que me alejo de mi inserción institucional en APBA y tomo otros caminos. La democracia y el gobierno de Alfonsin, marcan otra etapa que me tiene como protagonista en la gestión normalizadora de la carrera y la creación de la Facultad de Psicología. Allí comienza otra historia. Pero la fructífera tensión entre lo específicamente clínico, lo gremial y lo político que marcó mi vida profesional y académica sigue vigente.
Agradezco a la APBA y a sus integrantes el haber podido ser parte de un recorrido, que nos permiten hoy celebrar sus 50 años de vida.
Testimonio de Alicia Azubel